Alejandro Carballo nace en la ciudad de México, bajo la influencia de una familia tradicional que extendía sus raíces por diversas regiones del país.
Los viajes a diversas regiones de México, el contacto con las costumbres y tradiciones, son vivos recuerdos que aparecen consecuentemente en la obra de Alejandro.
La infancia de Alejandro transita en paralelismos que contraponen las realidades entre lo urbano y lo rural, entre la carencia y la abundancia, entre lo mágico y lo cotidiano, entre el arraigo de tradiciones y lo novedoso.
De esa época Alejandro recuerda los días de muertos en un remoto poblado de Morelos, -la noche sorpresivamente, aparecía con el canto de grillos y ranas, las luciérnagas aparecían intermitentes entre la hierba y el camino, el cielo lleno de estrellas y los niños del pueblo cantando; pidiendo “la calaverita”, mientras recorrían las polvorientas calles con velas dentro de cajas de cartón, disfraces improvisados, risas, dulces y el espanto de la muerte a cada rato, motivo para echar a correr, muertos de miedo y de risa…
Los árboles, los mitos, las leyendas, la provincia, la historia, la música, y un sin fin de gratos momentos, fueron atrapando a Alejandro en ese mundo al que de vez en cuando vuelve, cuando lo cree conveniente para recurrir algún tema en su obra.
Los abuelos, sus historias, sus enseñanzas, su legado…
- Alguna vez se nos ocurrió a mi abuela materna y a mí, escribirle al presidente de Francia para agradecerle el apoyo que brindó a México en el terremoto de 1985. Recuerdo que enviamos una carta con una foto mía, yo acababa de cumplir 8 años de edad. Al poco tiempo recibimos un paquete de Francia, al abrirlo, nos dimos cuenta de que el presidente François Mitterrand me había contestado y me mandaba una fotografía firmada por él con una carta.
Esos recuerdos de la infancia demarcaron muchos
caminos de Alejandro Carballo y su obra.
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